Franciscanas Clarisas

Carisma y Vida

Las Franciscanas Clarisas viven en fraternidad el espíritu de pobreza y alegría como virtudes esenciales, haciendo de su oración dentro del claustro una misión para el mundo.

La vida contemplativa es de amor e intimidad con Cristo. La clausura atrae como lugar de santidad y apostolado, mediante la oración y la entrega generosa.

Jesucristo invita a las Clarisas a ser libres desde la pobreza franciscana. En su vida diaria, la oración alterna con el trabajo, que es, además de medio de santificación y de sustento, ocasión de encuentro con Dios.

Nuestra vida de oración fructifica en la Iglesia y en las almas. Es de plena disponibilidad para acoger a Dios en la fe y en la adoración eucarística.

El estudio ocupa un lugar importante. Necesitamos formación espiritual y humana para ser fieles a la vocación y conocer y amar más al Señor.

El trabajo es ocasión de encuentro con Dios y medio de santidad; con él obtenemos nuestro sustento. Atendemos una hospedería, bordamos y elaboramos dulces artesanales.

¿Cómo es nuestra vida contemplativa?

La vida contemplativa es de amor e intimidad con el Verbo, y la clausura aparece con un atractivo sin igual: lugar de perfección, gracia y santidad, disponibilidad absoluta para todo lo del Padre, lugar de acogida de Cristo en la fe y en el silencio de la adoración, unicidad del amor sin interferencias indebidas de personas o de cosas.

Esta vida de oración y sacrificio fructifica en la Iglesia y en todas las almas; por tanto, la misión de las monjas contemplativas es de vital importancia para el mundo.

Las Clarisas viven la fraternidad, la pobreza y la alegría como virtudes esenciales en su carisma. Entienden que la vida en comunidad es un don de Dios para favorecer la santificación. Las hermanas son un regalo donde Dios se refleja e integran una nueva familia.

La clarisa siente la llamada de Dios a la vida contemplativa, confiando en la fuerza de la oración para vivir de Él, para llenarse de esa dicha que el mundo no puede dar.

“No miréis las cosas de fuera, porque las del espíritu son mejores”, había escrito Santa Clara.

Nuestra comunidad, integrada por hermanas de diferentes países, vive en gozosa armonía y en el amor fraterno franciscano. El carisma franciscano-clariano es un estilo contemplativo de sencillez evangélica e intimidad con Cristo. La clausura atrae como lugar de amor, santidad y apostolado, mediante la oración y la entrega generosa.

La oración fructifica en la Iglesia y en las almas. Es de plena disponibilidad para acoger a Dios en la fe y en la adoración eucarística.

Jesucristo nos invita a las clarisas a ser libres desde la pobreza franciscana; a tener el corazón enamorado del Señor, viviendo la castidad; y a cumplir su voluntad a través de la obediencia, compromisos que definen nuestra pertenencia total a Dios.

La campana llama a los actos de comunidad, invitándonos al rezo del oficio divino. La liturgia cuidada y atenta, forma parte de nuestro carisma.

Disponemos de una hospedería para ejercicios espirituales y encuentros, situada en unas dependencias del convento del siglo XVII.

La fundación del convento

La venerable Sor María de la Antigua, religiosa clarisa fue la fundadora del convento de la Purísima Concepción, también conocido como Santa María. María nació en 1566 en Cazalla de la Sierra (Sevilla), junto a la ermita de la Virgen del Puerto, en soledad y desamparo. Tomó el sobrenombre de “la Antigua” en el convento de Nuestra Señora de la Antigua de Utrera, donde sus padres trabajaban para las religiosas Domínicas.

A los trece años de edad ingresó en el convento de Santa Clara, ubicado en la ciudad de Marchena, que actualmente no existe. Posteriormente recibió la inspiración de Dios de promover la fundación de un nuevo Convento en Marchena (Sevilla) que se ubicó dentro del palacio de los Duques de Arcos. María de la Antigua se distinguió por vivir heroicamente las virtudes, particularmente la caridad y la humildad, manifestando también gran amor por la salvación de las almas. Vivió santamente con el deseo de ser mártir. Escribió un libro titulado “Desengaños de religiosas y almas que tratan de virtud”, donde narra sus vivencias espirituales e intimidad mística con Dios.

Falleció el día 22 de septiembre de 1617. Su cuerpo reposa en el Coro de la iglesia del Convento de la Purísima Concepción, donde está acompañado por la oración y el agradecimiento de sus hermanas clarisas y de tantas personas que acuden a su intercesión.

Espiritualidad franciscana

Francisco es el padre de nuestra Orden. Nació en 1182 en Asís (Italia). Su vida, disipada hasta los 24 años, fue cambiada por Dios. Cierto día, entrando en la iglesia ruinosa de San Damián, oyó una voz de Cristo que le decía: “Francisco, repara mi iglesia, que, como ves, amenaza ruina”. Desde entonces, Francisco lo dejó todo. Y, en la fiesta de San Matías, confirmó su vocación al oír en el Evangelio que los servidores de Cristo no debían poseer oro ni plata, ni alforja, ni calzado, ni dos túnicas; entonces exclamó: “esto es lo que yo buscaba y lo que quiero cumplir”. Nadie como él glorificó la creación. Fue amante finísimo de la naturaleza y de todos los seres, pero, sobre todo, de sus hermanos y hermanas. Entre éstas, Clara fue sin duda la más fiel.

Cierto día, entrando en la iglesia ruinosa de San Damián, Francisco de Asís oyó una voz de Cristo que le decía: “Francisco, repara mi iglesia, que, como ves, amenaza ruina”. Desde entonces, Francisco lo dejó todo.

Nuestra santa madre Clara se sintió irresistiblemente atraída por el ideal de la santidad, la entrega absoluta, la consagración al Amor, la radicalidad de la pobreza evangélica. Deseaba contemplar el rostro de Cristo y ser “colaboradora del mismo Dios y sostén de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable”, como había escrito. Una noche de domingo de Ramos, a los 18 años, abandonó su casa para ir al encuentro de Francisco. En la Porciúncula, rodeada de otros frailes, Francisco cortó su pelo virginal como signo de consagración y pertenencia a la Iglesia.

Con Jesús Eucaristía en sus manos virginales, salvó a su convento y a la ciudad de Asís de la invasión de los sarracenos de Federico II. Fue entonces cuando oyó de labios de Jesús aquellas consoladoras palabras: “Yo seré vuestra custodia”.

Una noche de Navidad, encontrándose enferma y no pudiendo asistir con sus hermanas a los oficios de Nochebuena, fue trasladada en espíritu a la Iglesia de San Francisco, donde los frailes celebraban la misa con solemnidad, participó en la celebración, oyendo los cantos y los instrumentos musicales, y recibió la sagrada Comunión. Este hecho tan prodigioso fue el motivo por el que el Papa Pío XII la declaró Patrona de la Televisión.

El testamento de Clara fue este: “Sed siempre enamoradas de Dios”. Ella cautivó a Cristo con el hechizo de su juventud, luego se transformó por la contemplación en imagen de la divinidad.